sábado, octubre 01, 2005

1º Ensayo

Nos reunimos con el director para definir cuál sería la frase que leería la niña en la obra. Sabíamos, por líneamiento del autor, que debía ser una frase ubicable en una página 22. Lo que no sabíamos era a qué libro pertenecería esa oración, así fue que quedamos en que esa misma tarde nos reuniríamos antes del ensayo y que cada uno traería un par de libros de donde, "a traves de un juego" - me dijo el director- la sacaríamos.

Nos encontramos en el bar que está frente al teatro. Cada uno puso su pila de libros sobre la mesa y pude notar que la pila del director era más alta que la mía, no por cantidad de libros, sino más bien por el notable espesor de los que había escogido. Que banalidad, pensé, al fin de cuentas la frase que debíamos encontrar estaba en la página 22, qué necesidad de traer un libro de 476 páginas...

El director, a quien llamaremos Stern, elogió mi libro de Bachelard mientras le pedía un café al mozo. Yo elogié su gran destreza al haber escogido tres libros que apilados formaban la bandera francesa - u holandesa - corrigió él, siempre tan atento.

Stern tomó su primer sorbo de café y me dijo - Empezá vos; dejando entrever en su mirada una leve ansiedad por conocer qué nos depararía este juego.
- Esperá un poco - le dije. - Tenemos que ponernos de acuerdo en algo fundamental. Debemos consensuar de antemano si vamos a tomar como válida la primera línea de la página 22 o entonces cual. Stern me dijo que mi pregunta era muy acertada (puso cara de director cuando me dijo ésto) y que en realidad éste era un tema que él ya había pensado en el viaje hasta el bar pero que como no se había podido decidir había pensado que tal vez lo mejor sería leer toda la página y luego tomar la frase más apropiada; claro - me dijo- que eso significaba hacer un poco de trampa al no dejar el hecho tan ligado al azar, pero bueno, las reglas las poníamos nosotros.
Yo propuse que tomaramos la línea 22 de la página 22, ya que si bien el autor no había especificado la línea, al menos seguiríamos una coherencia, pero él me dijo que en ese caso debíamos tomar la linea 23 o en todo caso la 4. Al fin llegamos a la conclusión de que todas las opciones parecían arbitrarias por lo que decidimos que sólo abríríamos el libro y leeríamos la primer frase entera que abarcara nuestra mirada, sea cual fuere. Luego pensamos qué podría ocurrir si esa frase resultara ser poco interesante, o muy corta, del tipo "- No.", bueno, eso era parte del juego, por algo habíamos traído más de un libro al fin y al cabo - me dijo.

Ya eran las seis de la tarde cuando abrí el primer libro de mi pila, que sin querer resultó ser tambien el primero en orden alfabético. A éste punto le hice notar a Stern que el color del libro que resultare seleccionado iba a ser determinante para el diseño del vestuario de la niña, pero me respondió que ese era un tema secundario y que después de todo el libro podía estar forrado si hiciera falta y que no tenía que fijarme en esas nimiedades. En fin, después de todo él era el director.

Stern tomó su último sorbo de café, se sacó los lentes y me miró con cara de ser todo oídos. Así fue que busqué la página 22, aclaré mi garganta y leí:

"Ella lo retuvo."

Y cuando terminé de leer experimenté la angustia de no haber escogido otras frases que estaban más abajo y que eran no sólo mucho más largas, sino tambien más interesantes. Sin embargo, "las reglas son las reglas" - pensé - y ante todo la honestidad.

Stern me preguntó si por un momento no había vacilado, le resultaba casi imposible pensar que mi vista sólo hubiese abarcado un renglón, además - me contó - el había notado el leve vaivén de mis ojos al leer, lo cual indicaba que seguramente yo había leído más de una frase, al menos tambien había leído la de arriba y la de abajo, sin duda. De acuerdo, admití que había leído tres renglones, pero no pude recordar cuál de los tres había leído primero. Creo que en el nerviosismo de tener que elegir rápidamente, opté por el del medio. Después de todo, me dije, no estaba tan mal la frase. El asintió, pero sin embargo me dijo que no le parecía un frase que leyera una niña. Le pregunté si no le parecia que tal vez hubiese sido conveniente traer libros infantiles, pero me dijo que no hacía falta, que mientras que la frase no tuviera un lenguaje complicado, era suficiente.

Ahora era su turno. Stern tomó el primer libro de su pila y lo puso a un lado. - Este para el final - me dijo - estoy seguro de que en este libro está el texto que estamos buscando. Creo que le gustaba la idea de pensar que eso podía ser cierto y que si eso sucedía iba a sentirse como una especie de chamán de la literatura encriptada, o algo por estilo.

Stern tomó el segundo libro de la pila, el blanco, se volvió a poner los lentes, buscó la página 22, cerró los ojos y movió la cabeza de arriba a abajo durante unos segundos hasta que el fin paró, abrió los ojos y leyó:

"Los ojos culpables"

- ¿Eso es todo? - le pregunté.
- Sí, pero en realidad - se disculpó - es un título, no sé si vale en este caso.

Nos habíamos metido en un brete. Claro que el título estaba escrito en una tipografía más grande y gruesa que el resto, lo cual echaba por tierra toda azarocidad, era inevitable que los ojos se posaran sobre esa línea. Evidentemente, no valía, era necesario recomenzar. Pero no era tan sencillo, Stern ya sabía que no tenía que mirar muy abajo en la página porque si lo hacía, inexorablemente se volvería a encontrar con ese título y no tendría sentido. Estábamos frente a un problema que no habíamos previsto. Yo sugerí que hiciéramos una excepción en ese caso y eligiéramos la página 4, pero él me dijo que si ya hacíamos eso con el segundo libro, qué nos quedaba para el resto, y tenía razón, así que decidimos empezar de vuelta tratando de evitar esa frase, y de ahora en más todo tipo de títulos, referencias y números de página quedaban vedados.

Sinceramente, creo que "Los ojos culpables" no nos había gustado mucho y por eso todo lo anterior, pero con ésta decisión también sabíamos que sacrificaríamos posibles futuros títulos grandiosos que podríamos encontrar; pero una vez más, las reglas eran las reglas.

Stern tomó el libro, y esta vez sin cerrar los ojos, leyó:

"En cuanto ella habló, Gonzuke levantó la vacilante mano izquierda. "

La decisión había dado resultado, nos gustaba el texto. Además, sin haberlo planeado, teníamos un personaje más para la obra. Nos tentamos de leer un poco más acerca de Gonzuke, pero los otros libros nos esperaban, a este punto nos parecía que cada uno tenía algo para decirnos, y a su vez, algo entre todos. Para eso los habíamos convocado.

Era mi turno. Fui directo al siguiente libro de mi pila. Me había olvidado que había traído ese libro y la verdad es que me desilusioné un poco al verlo. Un libro de teoría desencajaría seguramente con los otros dos. Era cuestión de comprobarlo, así que abrí el libro en la página 22 y esperé que me dijera lo que tenía ganas:

"Nueva York, 27 de febrero de 1949"

- Muy bien - dijo Stern- ya tenemos una época en donde situar la obra.
- Un momento - le dije. - ¿No habíamos dicho que este tipo de frases no valían?
Lo cierto era que yo tambien había podido leer la frase anterior, la última de la carta que había sido escrita en esa fecha y en ese lugar. Así que le pedí permiso a Stern para leerla:

"Creo que le gustaríamos"

Stern estalló en una carcajada. Era cierto que ese libro me estaba hablando. ¿Hubiese sido posible que Stanislavsky supiera que yo no le tenía demasiada fe? Y más que el libro.. ¿por qué Stern se reía? ¿Acaso yo le había contado a él acerca de mi decepción?

Con un ánimo distinto, le dije: - Te toca a vos.

Se pidió su segundo café y miró el reloj, ya eran las 7 y cuarto y teníamos la sala de ensayo pedida para las 8. Me preguntó si llegaríamos. Le dije que seria loco que sucediera que la última frase que leyeramos fuera "ya son las 20", o algo así. Nos reímos complices de saber que eso era algo casi imposible, mientras él tomaba el libro rojo, el último de su pila.

Una vez abierto en la página 22, Stern me miró y una sonrisa se le dibujó en la cara.
Claro - pensé - el libro rojo era el más cómico de todos lo que habíamos traído, ese autor era su dramaturgo preferido y yo sabía que él lo iba a traer. Stern seguía riendosé sin decir nada mientras miraba el libro. Un poco impaciente, se lo saqué para ver que estaba leyendo. Debo reconocer que mi actitud no le gustó en absoluto. Es verdad, después de todo él era el director y yo le debía guardar respeto. Si bien le pedí disculpas, de cualquier manera el libro estaba en mis manos, así que busqué 22 y ahí entendi. La pagina no existía, el libro saltaba de la 21 a la 23, dejando en el medio una página completamente en blanco, sin el número siquiera. Lo curioso era que la página 21 estaba escrita hasta el último renglón, donde terminaba la cronología del autor y recién en la 23 empezaban algunas consideraciones sobre la obra en cuestión.

Debo decir que a pesar de que nos causara gracia la puntería, nos daba pena que justo este libro no pudiera decirnos nada. Pero una vez más nos recordamos que las reglas eran las reglas y deshechamos a Jardiel Poncela. Lástima, con lo que nos gustaba.

Me tocaba a mí, me quedaban tres libros todavía y a Stern sólo uno, así que se me ocurrió que yo podía darle uno de los míos, lo cual emparejaría bastante la cosa. El aceptó y además le pareció que ésto demostraba que el hecho de que yo hubiera traído cinco libros y él tres, no había sido casual. Esto nos dejó en silencio por un rato. Stern se pidió su tercer café y yo aproveché para ir al baño. Una vez allí me lo imaginé leyendosé todas las páginas 22 de los libros que quedaban y me reproché no haber fotografiado mentalmente la disposición de las pilas, pero bueno, no debía enroscarme en ese tipo de obsesiones, además, podía ser que él sólo mirara las tapas y yo no podría comprobarlo. Después de todo, pensé, si él hiciera trampa sería para elegir una mejor frase. Sin embargo, volví con otro ánimo a la mesa y él pareció notarlo.
- ¿Estás bien? - me preguntó.
- Si. Sigamos.
- Si tenés ganas. Si no podemos dejar acá. Yo también estoy cansado.
Sin lugar a dudas nos habíamos aburrido, pero tal vez se trataba solo de un momento. Pensamos en acortar camino yendo directamente al libro azul que él había dejado para el final, pero debo admitir que el hecho de pensar que una nimia alteración en el orden de los factores alteraría sin duda el producto, me hizo alentar a Stern para seguir con el próximo libro de mi pila.

Así que un poco desganado tomó el primer libro. Y sin más, lo abrió en la 22 y se puso a leer para adentro.
- Ey..
- Si.
- ¿Estás leyendo todo?
- Si, disculpame, pero es que creo que es todo interesante.
- Pero no es la idea, el procedimiento era otro.
- Bueno, basta.
Increíble, el director y yo ibamos a tener una discusión por una pavada como ésta.
- Tal vez es el cansancio - se disculpó.
- Tal vez.
- ¿Querés que te lea?
- ¿Todo?
- Algunas.
- Bueno.
Y me leyó:
"Un perro"
"Alguien llama"
- ¿Que tienen de interesantes estas frases? - le pregunté. Pero una vez más me había olvidado que él era el director, así que no insistí ante su silencio.
Stern me dijo que dejaríamos este libro de lado, porque tenía demasiadas frases que le interesaban y no podría decidirse a cual tomar, o en todo caso terminaría llamando a la obra "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge", y esa no era la idea. Sin embargo le pedí que me diera el libro que yo buscaría una frase. Así fue que leí y solo pude quedarme con ésta:

"No sé lo que pasa".

Creo que elegí esa línea porque era la que menos decía, porque toda la página hablaba de mí, del director, de nuestra obra, de ese momento, y más.

Quedaban tres libros y hacía rato que eran más de las 8, pero ya no importaba el ensayo si a este punto comenzábamos a saber de qué queríamos hablar.

Te toca a vos, Visel, me dijo Stern.
Tomé mi cuarto libro, el más gordo de todos, y el que más quería de mi selección.
Abrí Rayuela en la página 22 y leí:

"(-2)"

Y eso fue suficiente para que nos mirarámos y entendieramos que esa línea era la correcta, sin importar las reglas.

Sólo quedaban dos libros sobre la mesa. El que Stern había dejado para el final y aquel que me había elogiado. Uno azul y uno naranja.

Quise hacer un comentario acerca de los colores, pero me pareció que la palabra "complementarios" lo incomodaría, así que decidí omitirlo, y sólo dije - Leé vos - pero él estaba abstraído, pensando en quién sabe qué cosas y le respeté el silencio.

Nos quedamos un rato largo sin hablar, mirando los libros en la mesa, sin decir nada, porque parecía que entre ellos se hablaban, se contaban cosas y pudimos observar que los dos apuntaban hacia un mismo lado, y que si bien el naranja era más pequeño, tenía más hojas, lo que seguramente hacía que sus números de palabras fueran semejantes. Stern leyó sus títulos entrecortados, tan sólo palabras:

"Pensar... Poética... Espacio... Imagen"

Y pensamos que habíamos tenido que esperar toda una tarde para llegar a este momento. Entonces el director me dijo que el juego estaba por terminar y yo asenti. Cada uno tomó su libro y buscó la página 22 y leyó para sus adentros. Y tuvimos que leer toda la página, porque por una extraña razón, ninguno de los dos encontró una sola frase que sirviera. En este caso el juego no había funcionado. Si bien los títulos parecían los más acertados y estos libros habían parecido ser los que tenían la respuesta a nuestra pregunta, eran los más inútiles.

Cerramos los libros, pagamos la cuenta, y nos fuimos. Eran las diez de la noche, y estabamos cansados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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