Cuando Virginia volvió de la casa de Manuel pasó por una artística que estaba de camino a su casa y compró un paquete de arcilla y unas estacas. Le había sobrevenido unas repentinas ganas de esculpir. Trabajar la arcilla le pareció lo más terapéutico.
Mientras dejaba la bolsa sobre la mesa del comedor y se quitaba el abrigo pensó en cuanto le había hecho falta el arte. Sumergir las manos en el agua, apretar los pedacitos de masa unos contra otros para ir armando una forma, quitar excedente con la estaca y nuevamente el agua para suavizarle los bordes. En pocos minutos tenía una cara frente suyo que la estaba observando devolviéndole su propia imagen como un espejo. Entonces con sus manos abiertas colocó los pulgares sobre la parte donde iban a ir los ojos y los hundió, tanto que atravesaron la materia y la redujeron a un montón de masa otra vez. Lo mismo realizó con sus pensamientos. Casi a la par.
domingo, septiembre 15, 2019
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