domingo, marzo 12, 2006
Desplazamiento del eje de la Tierra
Ensayo del 11 de marzo.
La cita es a las 15 hs. El lugar: un bar cerca del teatro.
Stern y Manuel Braga vienen a reunirse conmigo para definir los pasos a seguir en el montaje la obra. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana y mientras el director pide café a la camarera y Braga se disculpa para ir al toilette, saco los textos de mi cartera.
Yo: ¿Te parece que podemos llegar a hacer algo con todo esto?
Stern: Si, tenemos que pensar las acciones, el lugar, una música. ¿Cómo te lo imaginás?
Me detengo a pensar en la respuesta, comienzo a imaginar de a poco los espacios, los tonos de voz, incluso los actores, mientras Stern repasa los textos.
Había pasado más de media hora cuando nos dimos cuenta de que Manuel no había regresado, justamente porque recién ahora estaba reincorporándose a la mesa. Nos dice que acaba de escuchar una conversación en el baño tan apasionante que no pudo evitar quedarse más tiempo del necesario.
Braga: Escuché como un tipo le decía al otro que en quince años como mucho, la humanidad va a experimentar su propia extinción.
Comienza a contarnos paso a paso como será la concatenación de hechos que nos llevarán a este trágico final de nuestra humanidad. Su argumento suena tan convincente y nos lo cuenta con tanto interés que logra captar nuestra atención, esto más allá de que mi elogiable capacidad de disociación me permite poder escuchar a Braga y al mismo tiempo tomar una servilleta de papel y empezar a abollarla con una predisposición y seguridad poco comunes en mí.
Braga continúa su exposición, de la cual Stern ya está participando más que animado (lo oigo hablar acerca del desplazamiento del eje de la Tierra) mientras me empeño en que mi pelotita de papel se transforme en un triangulo con nariz y dos largos cuernos que le salen por los vértices. Luego Manuel hace una pausa para generar un diálogo como el que sigue:
Braga: Es un cabrito.
Stern: ¿Qué cosa?
Braga: Eso que está haciendo Vísel.
Yo: Es verdad, pensé más bien en un diablo pero ahora que lo decís parece un cabrito.
Braga: No lo comenten mucho.
Stern y Yo: ¿Qué?
Braga: Que en quince años dos tercios de la humanidad...
El sonido de un celular nos interrumpe. Stern se retira de la mesa para atender en privado. Al cabo de unos segundos vuelve.
Stern: Fíjense esto. Alguien que me dice Hola y no sé quien es.
Yo: Será equivocado – (tomando otra servilleta para hacer el cuerpo de mi cabrito.)
Stern: ¿Le contesto?
Braga: Preguntale quien es.
Stern: No creo que sea conveniente, es obvio que es alguien que no me conoce. Si fuera alguien que me conoce, no me diría un simple Hola, ¿no les parece? Se dirigiría a mí por mi propio nombre, me comentaría alguna cosa, para eso existen los mensajes de texto, sería totalmente inútil que alguien que me conoce se tome el trabajo de escribir un mensaje, y enviármelo, con el único pretexto de decirme Hola. En todo caso me llamaría por teléfono si es que quisiera saludarme, o suponiendo el caso de que no tuviera demasiado crédito en su celular, entiendo que me mande un mensaje pero al menos, un como estás, ¿no? Es evidente que no debo responderle, sería entrar en un juego paranoico. El, o ella, me respondería y así acabaríamos en una rueda de la que tal vez nunca podríamos salir.
Yo: Por supuesto. Dejá las cosas como están. En todo caso, dame el numero y yo llamo desde mi teléfono, pregunto por un nombre cualquiera, y listo, él o ella me dirá que estoy equivocada, me disculparé y a otra cosa. Al menos sabremos si se trata de un hombre o una mujer.
Braga: No, mejor podés decirle que estas interesada en saber quién es porque te mandó un mensaje.
Stern: Pero es a mí a quien se lo mandó, no a ella.
Braga: ¿Y ella que sabe?
Yo: Yo sé, como no voy a saber.
Braga: No, ella la hipotética, no vos.
Stern y Yo: No sabemos si es ella todavía, puede ser él.
Braga: Cierto, y el o ella que sabe. (insiste)
Yo: Mi numero de teléfono le aparecerá en la pantalla.
Stern: Es verdad. Olvidemos esto. Además para qué queremos saber si es él o ella.
Braga: Si, realmente. Vayamos a lo nuestro. Una amiga mía dice siempre en estos casos que...
Stern: ...
Yo: ....
Braga: Se me hizo una laguna. ¿De qué estábamos hablando?
Stern: Del Apocalipsis.
Braga: Una amiga mía dice que ... que bárbaro, me olvidé completamente lo que les iba a contar.
Yo: No te hagas problema, a veces pasa.
Stern: Esta bueno tu cabrito con vestido de novia, podrías sacarle una foto.
Yo: No es un vestido de novia, es el cuerpo.
Stern: Ah. Parece un vestido de novia.
Yo: Si, puede ser. Le voy a sacar una foto con el celular.
Braga se queda mirando mi cabrito mientras Stern juega con el teléfono.
Braga: Repasemos los textos, tenemos que pensar en algo.
Yo: Si, dale.
Suena un celular.
Stern: Ahí contestó.
Braga y Yo: ¿Quién?
Stern: El del mensaje.
Yo: Ah, ¿le habías contestado al final?
Stern: Si, le dije que era número equivocado.
Braga: ¿Y qué te dice?
Stern: Que se llama Luis, y que me conoció en el chat.
Yo: ¿Vos chateas?
Stern: No, gracias que mando mensajes de texto. ¿Será gay?
Yo: Che... ¿vamos?
Stern: Si, ya es tarde.
Braga: Me llevo los textos.
Yo: Tenemos que hacer algo.
Stern: Si, andá pensando las acciones, el lugar, una música. Cómo te lo imaginás.
Yo: Si, después les cuento.
Braga: Llevate el cabrito.
Yo: Si, gracias.
Stern: Interesante lo tuyo.
Braga: ¿Qué cosa?
Stern: Lo de las profecías.
Braga: No son profecías, es algo avalado por la ciencia.
Stern: Pero coincide con las profecías mayas.
Braga: ¿De que hablan las profecías mayas?
Así fue que estando a sólo dos metros del bar volvimos a entrar para seguir hablando y tomar una cerveza. Stern empezó a contarnos acerca de las profecías mayas y Braga y yo lo escuchábamos con atención hasta que sonó mi celular, justo cuando me dí cuenta de que Manuel estaba haciendo una pelota de papel con miles de cuernitos que le salían por todos lados, no valiéndose de las servilletas para ello, sino de mis textos.
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