Hay mañanas en que me despierto siendo un conejo. Luego, cayendo la tarde, me transformo, siendo de un segundo al otro en que me veo convertido en un frasquito de azafrán o pote de mermelada de pomelo. Llegada la noche soy un juego de naipes o una escalera caracol, según mi estado de ánimo.
Más de una vez me he quedado dormido siendo un libro de historia, o una maleta de viaje. Una tarde fui un cuadro de Picasso y esa misma noche me convertí en el estuche de anteojos de un profesor de alemán en la universidad de filosofía y letras. También he sido león en el desierto africano y monólogo de Hamlet en una edición española de 1970.
Fui tanto un boeing 747 como el dedo meñique de mi vecina de enfrente o la cúpula de un edificio antiguo da la calle Humahuaca.
No puedo quejarme. He sido todo lo que he querido ser, a cada momento, y todavía me falta.
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