Hay casas que, hartas de sus habitantes, comienzan a echarlos sin que ellos lo noten. Por ejemplo, a las tres de la mañana improvisan una gotera en la esquina del dormitorio. A las ocho les traban la llave de la puerta para que lleguen tarde al trabajo teniendo que buscar a un cerrajero de urgencia. Ni hablar de cuando se les ocurre complotar con vecinos fuera de sí, multitudinarios o adeptos a la música cacofónica.
Otras veces son más suspicaces, y presintiendo alguna asintonía familiar, se empeñan en agrandarla generando situaciones incómodas. Por ejemplo, a eso de las siete y media cuando todos llegaron del trabajo y ya hicieron la tarea de la escuela, de a poco y sin que se note, comienzan a contraer las paredes achicando levemente el comedor, de modo que los habitantes, en su vaivén de un lado al otro se empiezan a chocar entre sí.
Más de una vez he visto una familia desesperada por tener que soportar un sinfín de desapariciones de corbatas, llaves, plasticolas y cucharitas de plata, atribuyéndole la falta a los famosos duendes, la vecina de al lado o el tacho de basura, solo por desconocer que se trata simplemente de un artilugio de la casa que no los aguanta más y los quiere echar a patadas. Ni hablar cuando se trata de las medias. Jose Manuel, un amigo de la infancia, llego a contar 12 pares de medias todas diferentes, nunca pudo dar con los otros 12 pares.
Dicen que cuando esto pasa es necesario ponerse a hablar de mudanza, mirar revistas de decoración, comprar flores y abrir las ventanas. Estas situaciones son tomadas por la casa como amenaza la primera y como consideración las segundas, dando una siguiente oportunidad a la familia que la habita para estirar un par de meses más su morada.
martes, septiembre 18, 2018
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