Le decíamos Pochi, aunque su nombre era Paloma, y aunque no volara nunca. Desenvuelta, carismática, muy buena contadora de chistes y anécdotas, experta cocinera y hacedora de budines de pan. Gran lectora y administradora de botellas de whisky: tenía la capacidad de hacer durar a las botellas exactamente un mes. Todos queríamos a Pochi, todos queríamos que viniera a los cumpleaños, a los asados de los fines de semana, unos días de vacaciones, pero ahí estaba el problema. Pochi no entendía la expresión "unos días". Si bien podía fragmentar un litro de alcohol en treinta dosis con total exactitud, fallaba en el recuento de los días, y las horas, porque era cuestión de invitar a Pochi a algún lado que ella venia encantada, todos la pasábamos genial, nos reíamos de los chistes, escuchábamos sus historias de la infancia, sus últimos descubrimientos literarios, sus ideas en cuanto a la política, pero después, a eso de las doce de la noche, cuando la gente empezaba a agarrar la campera, cuando se empezaban a escuchar los primeros "bueno", los "vamos yendo", etcétera, ahí la veías a Pochi lo más tranquila sentada en el sillón, copa en mano, como si fueran las tres de la tarde. Pochi no se iba, ese era su problema. Pochi no entendía que así como se llega a un lugar, llega un momento en el que hay que irse. Todos se saludaban en la puerta, alguno se llevaba un tupper con comida, otro arreglaba una cuenta. se daban besos, se saludaban desde el auto, y Pochi, copita en mano, al lado del anfitrión sonreía cortesmente, para después volver adentro con el dueño de casa, totalmente ajena a toda pista de que ya era la hora de retirarse. Después de continuar un poco la charla comentando tal o cual cosa de algún invitado empezaba el ritual de los bostezos, los silencios se hacían cada vez mas extensos, las miradas entre los dueños de casa buscando complicidad. Si acaso se le decía a Pochi "te pido un taxi" ella contestaba amablemente que no hacia falta, que gracias, y seguía charlando, como si nada. Entonces de repente uno se levantaba y se iba a poner el pijama, otro se empezaba a lavar los dientes, mientras continuaba la charla desde la puerta del baño, hasta que la situación ya no daba para más y se le terminaba ofreciendo una manta para dormir en el sillón, que por supuesto ella recibía gustosa. Recién al otro día, y después de desayunar, alguno atinaba a salir a hacer unas compras, o pasear al perro, entonces le ofrecía amablemente a Pochi si no quería dar una vuelta también, y ella, distraída como era, agarraba viaje enseguida, y en ese momento, después de algunas cuadras se llevaba a cabo el protocolo: había que pararse a mirar una vidriera sin que Pochi se diera cuenta y entonces se la dejaba que siguiera caminando unos pasos y ahí nomás se emprendía la marcha atrás a todo ritmo para desaparecer doblando a la esquina. Así es como se la perdía de vista hasta el próximo evento, al cual se la volvía a invitar, porque bueno, todos queríamos a Pochi, tenia ese tema nada mas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario