domingo, febrero 19, 2006

Miles de kilómetros


(Fotografia de la Rue de Buenos Aires. París. Febrero de 2001)


La sala de ensayo me recordaba a París. Aunque fue primero la sala y después el viaje.
Así y todo París estaba en mi memoria, como un espacio latente que aunque no conocía, llevaba inserto en medio de la médula.

Las paredes rojas de la sala me transportaban a un sitio imaginario en donde yo existía en forma paralela. El tema de los dobles ocupaba mis pensamientos a cada momento. Y el saberme partícipe de dos mundos, me nutría de historias que contar.

Luego llegó la oportunidad del viaje. Al fin recorrería las calles de esa ciudad gris. Tocaría con mis propias manos las paredes también rojas de la habitación de mi abuela, que había visto en las fotos una y mil veces.

Entonces viajé. Me compré un ticket con los pocos ahorros que junté de trabajar en obras de medio pelo. No eran muchos, pero los suficientes para comprar el pasaje y sobrevivir algunos días hasta conseguir un trabajo que me permitiera quedarme.

Llegué en febrero. Recuerdo el aeropuerto y sus intrincados túneles que atravesaban el espacio. Estaba perdida, pero convencida de que en esa ciudad me encontraría de una vez por todas. Allí estaría yo, me vería una tarde por la calle, haciendo alguna compra, tomando un café en la terraza de algún bar o saliendo del trabajo a las seis de la tarde. Entonces me presentaría a mi misma, nos daríamos la mano y caminaríamos juntas para siempre.

Empecé a recorrer la ciudad. Primero la Torre Eiffel, y comprobé que es más grande de lo que uno puede imaginarse. Las calles de Saint Germain de Prés, Montmartre y el barrio XVI. Y aquellas inmensas avenidas arboladas por las que caminaba sin poder evitar sentirme en medio de la filmación de una película de Godard, pero donde yo solo trabajaba de extra.

Los tacos de mis botas conocen cada baldosa de las calles de París, y saben como yo, cuánto he caminado.

Luego, con el paso de los días mi sensación de extrañamiento continuó absorbiéndome, llevándome a obtener la certeza de que las paredes de la casa de mi abuela eran más rojas en las fotos que en la realidad. Y como ellas, todo lo que yo esperaba encontrar, de alguna manera estaba, pero a modo de postal para enviar por correo.

París estaba envuelta para regalo, sujetado por un inmenso moño que no podía desatar, y mis recorridos, los que hacía cada día, no hacían más que convencerme de que ese lugar estaba a miles de kilómetros de lo que yo había soñado.

Telefoneé a Stern:

- Mañana me vuelvo. Me he buscado durante dos meses y medio, pero ha sido inútil, presiento que mi otro yo ha viajado a Buenos Aires.

1 comentario:

cohete dijo...

Estuve en París hace poco. Visité esos sitios de los que tú hablas. En realidad sólo me quedé dos días, aunque tengo más de dos anécdotas. O esa es mi sensación. Lo que más recuerdo es que todo estaba lleno de luces de neón, de edificios majestuosísimos y de gente, gente y gente. Cuando estaba en la Torre Eiffel me pregunté a mí misma si todavía quedaba una forma original de fotografiar aquella maravilla futurista.

Desorden

Quiero un desorden con índice Dejar los zapatos en la retiracion de tapa de mi casa Subir las escaleras de impar a impar  Abrir las ventanas...