Aquel 10 de marzo de 2006 M. estaba preocupada.
Stern le había dicho que iría a buscarla pero ya habían pasado cuarenta minutos
y no llegaba. Su teléfono no tenía señal como suele suceder en los momentos en
que uno más lo necesita. Decidió esperar un poco más.
Quizás un piquete en la autopista o una goma pinchada habría sido el motivo de la
demora. Pero no fue así. La remera empapada de Stern señalaba otra cosa, sus
ojos achinados no parecían ser un signo de sueño nada más, y sus manos limpias
alejaban cualquier teoría de un contratiempo relacionado a la mecánica
automotriz. Las tres horas y siete
minutos durante las cuales M. se mordió los labios imaginando mil y una
catástrofes habían pasado para dar lugar a la escena del encuentro en la cual
Stern, a pesar de sus notables signos omitió toda explicación. Un poco de agua
nada más, nada tienen mis ojos, no tengo reloj. Eso fue todo. Pero sin embargo,
a pesar de la poca claridad de la situación, M. no se enojó, no reclamó,
prefirió cambiar de tema, pensar en otra cosa, tragarse su angustia una vez más
y sonreír.
M. no es Manuel , a pesar de la
coincidencia. Sin embargo, M. también es una persona extraña. Y lo es por
varias razones. La principal es que se niega a develar su identidad. Quizás por
pudor, quizás porque teme. Y cuando digo teme, me refiero a ese temor
inespecífico, un temor que no tiene un fundamento exacto, que no tiene raíz,
punto de partida. Es un miedo en general, latente, que se cuela entre los
pensamientos de M. casi a cada momento, opacando toda su vida con el velo de la
duda y la tristeza. Porque el que teme no puede estar feliz y mucho menos
decidir. El temor apura o estanca, pero nada fluye naturalmente cuando hay
miedo. Stern no la ayuda en nada, su
actitud tan ambigua la hace dudar de su honestidad a cada instante. M. intuye
la existencia de Vísel por momentos, la niega en otros, la acepta a veces con
cierto aire de desfachatez, cuando se siente más fuerte. A mayor debilidad,
ella menos existe, para compensar, y no perder. Stern se maneja entre estos
parámetros, manejando la situación con cintura, intentando amar a una y a otra
alternadamente.
Vísel
no está ajena a la situación. Ella sabe de la existencia de M. pero su corazón
es algo frío en este momento y la ambigüedad de Stern no le molesta. Sabe
cuales son las reglas del juego y se ha construido un caparazón que la protege
de posibles caídas. De hecho, Stern desconoce la existencia de una espada que
Vísel conserva oculta para cuando sea necesario atacar.
El amor que une a Vísel con Stern está basado en una relación intelectual. Así como el que une a Stern con M. Aunque quizás en este segundo caso exista algo más, algo más interesante, algo más cercano al amor verdadedo.Vísel lo desconoce , tampoco quiere averiguarlo. Vísel quiere amar también, como quiere Stern, como quiere M. Todo, absolutamente todo entre ellos está regido por el amor, y la literatura, que los salva.
El amor que une a Vísel con Stern está basado en una relación intelectual. Así como el que une a Stern con M. Aunque quizás en este segundo caso exista algo más, algo más interesante, algo más cercano al amor verdadedo.Vísel lo desconoce , tampoco quiere averiguarlo. Vísel quiere amar también, como quiere Stern, como quiere M. Todo, absolutamente todo entre ellos está regido por el amor, y la literatura, que los salva.
Tal es la situación que une a los tres. Aunque
de M. nunca hayamos hablado porque no era necesario. Pero después de algunos
años, y con otra perspectiva, podemos ponerle a M. los atributos que se nos
antojen y ponernos a hablar de ella con total libertad. M. es una letra nada
más. Y además, sabe algunas cosas ahora que antes no
sabía, sobre todo acerca del amor, la entrega y el miedo. Ese miedo que tiene
que soltar para que no la oprima, para que pueda disfrutar abiertamente de todo
lo que le sucede.
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