Maria apareció una tarde con un balde lleno de lombrices. Dijo que servirían para "el experimento", sin dar más explicaciones. Noté en su mirada un sentimiento de culpa quizás por esos pobres bichos que se encimaban unos a otros como dos lenguas que se encuentran en un beso. Fue hasta al baño de arriba en donde las iba acumulando en la bañera, cientos y cientos de lombrices coloradas que iban cubriendo el enlozado blanco. Supe que no me bañaría mas ahí.
Al día siguiente encontré las latas de conserva apiladas en el cuarto de servicio. Se había tomado el trabajo de juntarlas durante por lo menos seis meses. A simple vista creo que había más de ciento cincuenta. No sólo estaban las latas que habíamos usado nosotros si no que Maria también las había recogido de la basura y las había pedido en el almacén. Noté que las lombrices no podían salirse de la bañera por más que lo intentaban, entonces tampoco lo harían de las latas, si es que acaso para esos estaban. A la tarde llegó una encomienda, a nombre de Maria Fernández, la recibí yo porque ella había salido a hacer unas compras, dijo que necesitaba alcohol y algunas otras cosas. El cartero me entregó una caja mediana que no pesaba más de dos o tres kilos y que venia desde China. La dejé en el cuarto junto con las latas. Cuando Maria volvió preguntó si había llegado algo para ella así que le enseñe la caja y entonces vi que contenía una jaula. Le pregunté por que había encargado una jaula a China si podría conseguirla en cualquier lugar de artículos para animales. Dijo que esta jaula no era cualquier jaula, que era la que necesitaba para su experimento, y que ya iba a ver como funcionaba. Pregunté cuanto tiempo mas íbamos a tener que convivir con las lombrices y me dijo que solo había que esperar veinticuatro horas, lo suficiente para que muriesen de hambre y dejaran de moverse. Las latas, me dijo, son para después, por ahora iban a quedar ahí.
Esa noche comimos en la mesa de la cocina. Papá preguntó como iba el experimento y Maria respondió que todo salía de acuerdo a lo previsto. Mamá dijo que le hubiese gustado esperar un poco más. Yo opiné que menos mal que teníamos otro baño donde bañarnos.
Al otro día Maria salió temprano, tenia que hacer unos trámites. Según lo que había dicho, las lombrices ya deberían estar muertas, así que fui hasta el baño a ver como estaban. La bañera era un lago morado, las lombrices habían perdido su brillo y el cese del movimiento había hecho que perdieran volumen, solo ocupaban un tercio de la altura de la bañera. Parecían un gran manto de terciopelo color granate. Pronto llegó Maria, dijo que ya tenia todo listo, que iba a sacar por fin a las lombrices. Pregunté donde iba a ponerlas, la jaula tenia espacios por donde se saldrían. Me dijo que ya iba a ver, que por ahora la ayudara a sacar a las lombrices con una espátula, al morir habían desprendido una suerte de aceite que las adhería a la losa. Con cuidado las fuimos despegando, algunas se quebraban y largaban un liquido grisáceo, otras, las que estaban en el medio, aún tenían un poco de brillo. Las pusimos en unas bolsas y las atamos sacándole el aire para que quedaran bien aprisionadas, "al vacío", dijo Maria. Después colocamos las bolsas adentro de la jaula y la cerramos. Me llamó la atención como la muerte les había hecho perder densidad, o quizás el sellado al vacío. Dijo que ahora habría que esperar unas horas más para ver el resultado. Ahí íbamos a poder utilizar las latas.
Bajamos a mirar la tele, la vi pasar a mamá con un balde, iba hasta el baño. Maria se agarró la panza, le pregunté si se sentía bien, dijo que si, que era un efecto secundario. Del techo empezó a gotear un liquido ámbar pero nadie pareció alarmarse. Papá preguntó si ya podía empezar a sacarse la ropa.
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