Nunca se que hacer con las llaves que ya no sirven. Termino por guardarlas en el cajón de la cocina o en el de la mesita de luz. Uno de esos cajones finitos que se llenan de cosas inservibles y no cierran y pesan y pareciera que ya no cabe un alfiler de tantas cosas inútiles que uno guarda ahí y así y todo, se sigue llenando. Después pasa que se rompen las correderas, o se atascan.
Pero el pasado, los ataques de furia de mi hermana, la leche derramada en el piso de la cocina de la casa de Beauchef, el ruido del timbre a las cuatro de la tarde para ir a jugar a la pelota a la plaza, la escalera caracol que iba a la terraza donde me esguincé saltando a la soga. Todo eso no cabe ahí, por mucho que quisiera.
Leticia me pidió que me hiciera cargo y como soy la menor, no me negué. Una buena parte de lo vivido en esa casa le corresponde a ella con nuestros padres, claro, antes de mi existencia, entonces se supone, que será más fácil para mí. Como si tiempo e intensidad pudieran equipararse.
Barrer los escombros del pasado no es una tarea sencilla. Siempre quedan cenizas, polvo, alguna piedrita que se mete entre el pie y la sandalia provocando dolor.
Es verdad que las paredes hablan, a pesar de haber hecho lo posible para taparse los oídos durante tanto tiempo. Los dibujos de Leticia: corazones rotos por todas partes. Uno para cada enojo. Una vez intenté borrarlos, un día en el que reíamos y todo parecía haber mejorado. Esbozamos unas flores, pero el resultado no fue el esperado. Casi siempre es así. El resultado no es el esperado.
La biblioteca de mamá es mi herencia. Leticia me pidió quedarse con la ropa y las fotos, aunque algunas cosas habrá que compartir. Creo que accedí a venir por los libros. Quizás también porque alguna vez me tenía que tocar ocuparme de estas cosas.
Se puede hacer una mudanza como un acto de despojo, o elegir seguir cargándose con todas esas cosas que ocupan los cajones y rompen las correderas.
Hice una selección de cosas que vendrán conmigo en unas bolsas y el resto lo embalé para cuando llegue el camión. Pero los pasos que dejamos marcados en el parquet de tanto correr, eso sigue llenando mi cabeza y a veces siento que ya no cabe un alfiler. Tirar la llave del pasado a la basura, junto con la de bronce, es difícil.
El escritorio está embalado, junto con la vajilla, un sillón de dos cuerpos, la cama grande y una mesa de comedor. La ventana y su vista al contrafrente quedarán allí para el próximo inquilino, el que tendrá que tapar los corazones con pintura o papel, encerar el piso, cambiar el bidet del baño que nunca funcionó bien. El mismo que se preparará un café con leche o un té en la cocina donde Leticia volcó la taza caliente sobre sus piernas. Y a eso de las seis de la tarde, cuando el día empiece a oscurecer como lo está haciendo ahora, se acercará a la ventana y mirará el contrafrente Entonces pensara en alguna cosa de esas que no pude llevarme, que tuve que dejar ahí porque ya no cabía más nada ni en mi cabeza, ni en todas las cajas que llené, y se preguntará si acaso las ideas no tendrán mucho que ver con los espacios.
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