Sucedió en la localidad de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Era una mañana calurosa del mes de enero. Quizá 1938. Los registros no son exactos.
Ezequiel Ezcurra encomendó a su hijo Hilario que le trajera las ojotas que había dejado olvidadas al sol. Unas hawaianas color verde con una banderita de Brasil. Éste obedeció a la orden como estaba acostumbrado. "No olvide la visera", le encomendó su padre.
Del tanque australiano emanaba un vapor como de volcán. El vaho zigzagueaba el paisaje como una imagen de televisión un día de mala señal. Hilario caminó cuatrocientos metros hasta llegar al borde de la pileta. Pudieron haber sido más. En el campo las distancias se miden a ojo. Entonces descubrió que el calzado gomoso había sido mordisqueado por un perro o un lagarto. El campo se había llenado de largatos hacía apenas unos días. Decían en el pueblo que era una invasión. Que nunca se había visto cosa semejante. Con el sol acercándose al cenit, Hilario llevó las ojotas hasta su padre.
"Tráigame el rifle!" - le espeto Ezcurra al ver las ojotas todas mordisqueadas. "Pero papá, seguro fue Firulais"- intervino Hilario. "No podemos vivir en esta zanja de sequía. Los lagartos van a acabar con nosotros. Empiezan con las ojotas y nunca se sabe cómo terminan". - dijo su padre.
Hilario se dirigió callado hasta la despensa y abrió el placard que tenía prohibido. Adentro encontró un rifle y una lata de tomates. También había un dedal y cuatro palomas muertas. Tapándose la nariz con la remera, tomó el rifle y cerró la puerta, porque si primero la cerraba no lo iba a poder tomar después.
"Los lagartos mataron a las palomas", le dijo a su padre, que cortaba un salamin picado fino sobre la mesa del comedor. No sé sabe qué respondió. El rifle se disparó accidentalmente hiriendo de muerte a Ezcurra, a dos lagartos y a Firulais. Hilario miraba la escena con la vista perdida, mientras tomaba una rodaja de salamin.
Dicen en el pueblo que desde ese día vive recluido en la despensa. Que colecciona palomas muertas y que pinta frascos de vidrio con pintura para vidrio porque si no se lava. Otros aseguran que Hilario nunca mató a su padre si no que éste ya se encontraba muerto desde hacía 6 años y que su hijo convivía con el fantasma. Un diario local afirma que al momento del disparo un lagarto estaba devorando el cuerpo de Ezequiel Ezcurra y que su hijo quiso disparar al reptil.
Hay quienes aseveran que Ezcurra nunca murió, que la bala no impactó contra su cuerpo y que en cambio fue su hijo quien se disparó a si mismo enceguecido por un rayo solar que habria esquivado la visera.
Sea como fuere, en el km 128 de la ruta que lleva a Pergamino, del lado derecho , a pocos metros del asfalto, bajo una piedra pintada con pintura para vidrio, que esta apoyada sobre una baldosa de vainillas color salmon, al lado de unas maderas de eucalipto, bajo un tenedor de plata y seis libros de elige tu propia aventura, se pueden ver dos ojotas, cuatro palomas muertas y un dedal. Qué pasó con la lata de tomates... es un misterio.
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