Me preguntó dónde guardaba mi sonrisa.
La que por la noche había visto en mi cara.
Le dije que no recordaba. Que a veces la olvidaba en algún lugar y que podían pasar días hasta que la volviera a encontrar.
Que no era la primera vez que me pasaba. Que quizás debiera tener una de repuesto para esas ocasiones.
Me dijo que no sería una sonrisa auténtica. Las copias nunca son buenas.
Me preguntó si podía ayudarme a encontrarla. Tal vez la había perdido entre su ropa al despertarnos. O quizás fue en el baño, cuando nos besamos, un poco a las apuradas. Me preguntó si acaso no la llevaba él puesta.
Su ocurrencia me causó gracia. Quise sonreírme pero no pude.
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