miércoles, enero 15, 2014

Vísel. La pileta.



Vísel disfruta de la lluvia los días de verano.

El olor a cemento mojado la transporta a su infancia, cuando iba a la pileta del club con su hermana mayor. De la mano cruzaban la ducha que permitía meterse en el agua, previa entrega del carnet a cambio de una chapita numerada que se enganchaba con un piolín en el bretel de la malla. Tanto Vísel como su hermana odiaban esos gorros de goma repletos de flores puntiagudas y con una cuerda que les apretaba la papada. 

Su madre no se metia en el agua, o si lo hacía mojaba sólo los pies. Usaba una malla azul con pintitas blancas y que Vísel recuerda como si fuera hoy. Cuando el sol empezaba a bajar se iban al vestuario a cambiarse. Vísel se acuerda de cada detalle, las sillas de madera, los espejos en donde se peinaba con un peine de dientes anchos. La cara enrojecida por el sol se notaba más después de la ducha.

Cuando las tres estaban listas, con una mochila de lienzo blanca cada una, volvían a su casa. Había que caminar unas cuantas cuadras hasta la parada del colectivo, pero era 1983 y Vísel tenía 6 años, nada podía pasarles.

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